lunes, 27 de diciembre de 2010

Solo el verte me hacía feliz.

No suelo acordarme de cuándo te conocí.
Sé que te vi mirando perdida el límite entre el mar y el cielo. El cielo era azul, no azul cobalto, ni azul oscuro, ni turquesa; era azul cielo. Te tenía enfrente, y yo miraba esos enormes ojos marrones. Hermosos.
Estabas callada, raro en tí, pero confundí tu silencio con timidez tal vez, nunca pensé que al mirarme en tus ojos vería amor, demasiado amor para entrar en tu frágil cuerpo. Y todo entero era para mi.
Y ahora se acabó. Tus ojos no pueden mirarme porque el tiempo no se lo permite, tu amor se fue con tus últimos suspiros; y yo no estaba ahí. Estaba perdida entre los ingeniosos matorrales que me confundían con sus ideas de querer ser más que una planta, estaba cerca de la locura y lejos de la razón. Te veía, sí, en mis sueños siempre te veía. Tan radiante, tan fresca, tan hermosa como aquella tarde de septiembre. Nunca pensé que dejar de existir fuera tan simple como verte caer en ese abismo de lánguidas manos blancas.
Te amo, quiero que lo sepas. Te extraño, eso sí lo sabes.





Rubidia C.

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