lunes, 10 de enero de 2011

El juguete y los colores.

El negro es la suma de todos los colores, o la rotunda ausencia de ellos. Yo hoy no veo ningún color a mi alrededor, así que me parece que es la inminente ausencia la que me atrapa. La que iluminaba con luz los colores de mi corazón hoy ya no está; se fue por una de esas razones que jamás podremos entender, y que al final tampoco queremos hacerlo.

Al irse no solo se llevo mis colores, se llevo mis sueños, mis ganas. Porque no sabes lo que pasa, pero tenés esa insistente sensación de que algo está mal, de que algo no es como estaba planeado, la sensación de esa lagrima a punto de caerse.

No sé si la extraño, no sé si la quiero. Pero toda esa ignorancia hace que me pregunte para que existo. Y también el que se haya ido me hace pensar que no era tan diferente al resto, porque en vez de querer ser diferente, era igual, distinta pero parecida. Ella no quería que nadie supiera lo que mis ojos decían; se escondía en talleres de manualidades con la esperanza de que nadie se diera cuenta de que ella no jugaba con muñecas, y jamás iba a disfrutar pintando acuarelas.

La quiero, si. Y entiendo también. El peso de ser vos mismo no es tan fácil de llevar. Pero no entiendo porque me enamoró y después me dejó ciega. Ciega de colores, ciega de formas, ciega de sensaciones. Solamente para que nadie la viera jugar con autitos.

La suerte de algunos pájaros.

¿Para qué mirar al cielo si va a estar apagado? Con esas nubes grises que, amenazadoras, tratan de impedir la libertad de los pájaros guía. Que intentan dar frío a los cuerpos frágiles que buscan esa sensación de inspiración. ¿Cómo nadie los ve en lo alto del cielo? ¿Porqué no levantan la cabeza y los aplauden por el simple hecho de intentarlo bajo la tormenta? Simplemente, porque ninguno de nosotros hace eso. Si hubiera una tormenta, nos encerraríamos y seríamos forasteros del clima, imaginando vivir en mar tropical lleno de ángeles ilusionarios.

Pero el frío es más fuerte que todo, y las mentes brillantes tarde o temprano se extinguen en el mismo andar de las mentes ingenuas. Yo también quiero volar. Alto. Lejos. Libre.

Ser uno más de allá arriba, dónde no hay competencias sobre quién vuela más. Dónde la libertad se da en todo los casos. Dónde no hay maldad, porque no se necesita en las alturas. Quiero ser un pájaro, para irme lejos de todo esto. De todo. No tener que preocuparme sobre temas que, en vano, preocupan y transitan mentes inusitadas de recuerdos mas vanos aún. No necesitar jamás el abrazo de un cuerpo, sino el abrazo del viento. No necesitarte más. Ser libre como un pájaro guía.

El cantante y el pianista del alma.

El atardecer es una de las cosas más hermosas que existen. Pero el tener que verlo en solitario, no lo es tanto. Para ser feliz hay que aprender a ver con felicidad. ¿Y quién puede tener felicidad si no tiene a nadie más que a si mismo? Miles de personas están al lado tuyo, pero no contigo. Sabés que si se lo proponen te pueden escuchar, pero no lo hacen por iniciativa propia. Esperan a que el moribundo comparta su pena para darle un consejo. Y el moribundo, ya no tiene fuerzas para hablar cuándo necesita ese tipo de compañía. No quiere sentir más, no quiere llorar más. Entonces, ¿por qué no luchamos por vivir? ¿Por qué no nos desnudamos el alma?

“Quiero que vos aprendas a llorar por mi para que yo aprenda a llorar por vos” me dijeron alguna vez. Y hasta hoy pienso que es lo más hermoso que me han dicho. Uno mismo no tiene porque saber llorar por todos, pero si se puede tratar de aprender. Debe sonreír por todos, crecer por todos, soñar por todos, luchar por todos.

Tenemos que ser el cantante del bar de la esquina, que sin conocer a nadie, canta las penas de todos. Tenemos que aprender a tocar el piano como el pianista de la taberna de Madrid, porque no solo interpreta miradas, sino que habla con las manos. Tenemos que ser más que uno mismo. Tenemos que saber ser todos juntos.

Le Ballerine Clasique.

Se la veía danzar de la puerta al umbral, con unas zapatillas y un tutú café. Ella concentrada buscando la música perfecta, mientras perdía la cabeza entre sonatas y alegrías. Verla danzar por la ventana, era el mejor programa para pasar un atardecer; la gracia de sus piernas, los movimientos de sus manos y la cabeza que moviendose con gracia sabía acompañar a todo el resto, formando la mejor de las sinfonía.

No muchas tenían el porte, los pies hechos a medida, ni siquiera los ojos pardos, que hasta cerrados hablan de cisnes y de gorriones perdidos entre acordes. A lo mejor, llevaba la música en la sangre, y mientras recorría el piso, las mismas notas recorrían su cuerpo.

Solo la veía danzar todas las tardes, con su tutú café y las zapatillas de ballet. Los rizos azabache le caían por lo hombros, mientras por el cuerpo caían gotas de sudor. A pesar de ser perfecta, ella no estaba conforme, quería brillar, ser una estrella del cielo que danzara para todos. No me gustaba verla triste, porque en su tristeza también se sumía su baile.

Tantas veces la ví, que muchos años pensé estar enamorada, pero no de su persona, sino de ella bailando. De su cuerpo al girar, de sus manos al chasquear, de sus piernas al subir. Con tanto amor la miré todos lo atardeceres de mi vida, que el día que no estuvo danzando frente e mi ventana, supe que nunca mas lo haría.

Había encontrado dónde brillar para muchas más personas que solo para mi. Ellos la aplaudían de pie, mientras yo solo la miraba embelesada. No me dijo hasta luego, ni siquiera bailó una sola vez más para mi. Se limitó a cerrar la cortina y a mandarme por debajo de la puerta una invitación al teatro, dónde rezaba: "Le mellioure ballerine clasique du monde"



R.Cadmia

martes, 4 de enero de 2011

Cuándo la mente se nubla de dudas, y ya no existe otra cosa en tu cabeza que no sea el incesante martilleo que te lleva a la locura; ahí, pones en duda al mundo. Pero el mundo no es solo ese montón de estupideces que dicen los que viven con hipocresía, criticando a los hombres siendo también uno de ellos; se trata de saber que las campanas suenan todos los días a las ocho, y no el escucharlas sonar a las nueve está mal. Que el ser diferente no tiene que ser un tabú, lo normal no existe, solamente está lo cotidiano, lo rutinario.

En el mundo vegetal todas las flores tienen hojas en sus tallos, pero hay algunas que además tienen espinas, y no por eso la Naturaleza las hizo menos hermosas, ni con menos aroma, inclusive aún sabiendo que las tienen las queremos, aunque sean diferentes al resto. Entonces, ¿porqué una persona no puede salirse del status que nosotros mismos impusimos? ¿Porqué hay que mirarlo mal si hace algo que nos asombra porque nosotros no lo haríamos? ¿No estamos capacitados para dejar ser feliz a las personas?

Detrás de todas las espinas y las hojas, adentro del tallo corren las mismas cosas, sales, savia, agua. Detrás de todos los colores, de los idiomas, de los gustos, y de las elecciones, adentro de los cuerpos también corre sangre roja. Te guste o te cueste aceptarlo. Si la vida nos hizo iguales pero diferentes, ¿porque no respetarlo?







Rubidia C.