miércoles, 8 de diciembre de 2010

Los fantasmas del tren de Ayacucho.

Tres fantasmas que cosen valijas al borde de un tren, intentan ver lo que es el amor por una rendija. Se tapan la cara cuándo ven pasar algún amor desvencijado, y tratan de acercar la boca a las gotas que caen de la dulzura desmesurada. Se ríen al contemplar a los enamorados pasar engatusados en los ojos del otro, se burlan del amor a diestra y siniestra, soñando secretamente subirse al tren para descubrir que mundos recorre, que experiencias brinda.

Toda la vida han cosido las valijas de los viajantes. Cosen con gusto y sorna las valijas de los que bajan del tren entristecidos porque no los llevo a destino con la persona que subieron; y cosen con resignación la de las personas, que felices, suben al tren sintiendo el mundo como una maravilla natural. A veces se cansan de su condición de fantasmas modistos, pero recuerdan cada vez que han visto a un pasajero descender llorando por las desdichas que sufre un corazón roto, y no se acomplejan tanto al no poder sentir dolor o dicha alguna.

El tren arranca todas las noches a las nueve, y llega todas las mañanas a las once. Desde lejos se siente el piso vibrando por la excitación de la llegada de los enamorados y de los no tanto. Y a la noche el aire se corta con cuchillo por la emoción que emanan las almas nuevas por el viaje.

Algunos lo recuerdan como el viaje más hermoso del mundo. Los fantasmas del tren de Ayacucho, los escuchan como un pianista a su obra, añorando otras épocas, pero recordándolas con recato, ya que desde siempre, el amor es un tren hermoso, pero no es tan hermoso el regresar en solitario.


R. Cadmio

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