jueves, 7 de abril de 2011

Iluso cabaret. (I)


-¿Porqué las mujeres no pueden entrar al prostíbulo?- Renata se reía de la ocurrencia, de su ingenuidad, de su desfachatez.

- Por que sería muy simple, las mujeres se darían cuenta que clientes prefieren- respondí utilizando la ironía.

Caminabamos por una calle de veredas anchas y luces estupefacientes, veníamos de algún lugar no muy lejos, campera de cuero y jeans rotos, clásico a la hora de ser un hombre por una noche. Sabía lo que decía su mirada audaz, pero todavía no, no estaba lista.

Uno siempre piensa que es fácil tocarse y sentirse vivo, pero para mi no lo era; el hecho de querer amarse era más que solo manos y caricias entreveradas, era un acto mucho más profundo.

- Espera unas cuadras, sabes que no soy un máquina con encendido electrónico.-

- Aunque sea, unos besos aquí y otros allá.- me dijo acercándose sensual y mirándome con ansias locas.

- Si me escapo de tu abrazo te quejas, pero no me dejas otra opción, ahora no, solo espera-

Alguna carita de perro mojado y seguimos la marcha, me reía al saber que ella no me entendía ni me quería entender, se reía al pensar que yo no tenía remedio. Nos conocíamos tanto que ya no bastaban palabras, miradas era lo que había entre nosotras. No era mi novia ni nada, solo la eterna compañera de soledades. Ella ya había tenido sus romances de semanas, pero siempre volvía con las manos vacías y los ojos llorosos. Me gustaba verla a contraluz, figura larga y repartida, sonreía por la alegría producida por el alcohol.

En la última esquina la arrinconé contra una pared y la besé como siempre. Me abrazó rápidamente y comenzó a recorrerme, yo tuve más paciencia, la dejé hacer a gana propia, y cuándo soltó su furia contenida en gemidos, la tomé por la cintura y empezé mi absoluto recorrido, sabía dónde presionar, que tocar, que sentir. Entre besos, manotazos, toqueteos, balbuceos y gritos cortados nos entregamos a la algarabía del deber cumplido.

Nos vestimos jadeando y seguimos camino, carcajada va, risita disimulada viene, seguimos llendo por las calles a Dios sabe dónde. Nos separamos en el mismo lugar desde hace años, un beso rápido y buenas noches es suficiente para nosotras.

Llegué a casa y a oscuras traté de transcribir el furtivo encuentro, sabía que algún día uno de mis relatos se haría famoso y podríamos jactarnos de haberlo cumplido. Al terminar me fijé que había en la heladera, tomé café y me quedé pensando en tantas noches como aquella, en las cuáles todo era más simple; se reducía a dos abrazos.

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