lunes, 22 de noviembre de 2010

Perlas y palabras.

Te quería ver, quería que volvieras. No imaginaba estar un día más lejos de ti. Precisaba mirarte a los ojos y que me entendieras, sin necesidad de intercambiar palabras vanas que solo confunden mentes.

Necesitaba verte pasar siquiera; con ese andar rápido, creyendo que te llevabas el mundo por delante, aún cuándo tú no fuera una de esas. Frágil perla que perdida en el fondo del mar, trata de sobrevivir sin los nácares de los que estuvo rodeada en toda su vida como perla hermosa.

Hace tiempo que venía pensando en cómo decírtelo, y aquella forma no fue pensada, simplemente salió desde lo más profundo del cuerpo, desde un lugar dónde la razón y el sentir se confunden de estado y terminan uniéndose hasta formar un néctar único que sirve para no dejarse llevar por las aguas duras que golpean corazones en noches de tormenta.

No quería, te juro que no quería. Pero con cada grito que emanaba tu boca yo me desesperaba; solo el pensar de tu huida en medio de la noche me hace sentir escalofríos. Estaba acostumbrada a vos, equivocada con mi forma de pensar, aturdida por los gritos y las manos que buscaban algo a lo que aferrarse sin ver que hacían. Tenía miedo de perderte, de no verte más, de no despertarme nunca más sosteniendo tu mano entre las mías, sin sentir el calor de tu abrazo por arriba de mi hombro.

No dejaba de pensar, mientras escuchaba el concierto para primer violín y orquesta. Sentía como sonaban esos violines de la misma manera que sonaban en mi cabeza todas las ideas revueltas, mezcladas en un mar de neuronas salvajes que, queriendo escapar, buscan consuelo en la música mágica. En esos violines hermosos. En el recuerdo de tu voz.

Y así apareciste un día, riendo sin ganas, con esas cicatrices en el cuerpo y en el alma. Te presté un millón de sueños para que te reconfortaras. Te dí mis más buenas caras, te sujeté al levantarte, y quise no preguntarte el porqué de todo esto. Quién te había hecho ese daño, y porqué me habías hecho daño a mi. Pero disipaste todas las dudas cuándo me miraste. Me di cuenta de que nunca podría haberme enojado contigo por dejarme a la deriva, que siempre te esperaría a pesar del dolor en la garganta, que el llanto que había amargado mis días ya no resultaba tan amargo; pero ¿porqué? Supongo que porqué me amabas, aún siendo perla en el fondo oscuro, y yo te había dado el corazón aún cuándo las palabras me confundían.



Rubidia.

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