lunes, 27 de diciembre de 2010

Solo el verte me hacía feliz.

No suelo acordarme de cuándo te conocí.
Sé que te vi mirando perdida el límite entre el mar y el cielo. El cielo era azul, no azul cobalto, ni azul oscuro, ni turquesa; era azul cielo. Te tenía enfrente, y yo miraba esos enormes ojos marrones. Hermosos.
Estabas callada, raro en tí, pero confundí tu silencio con timidez tal vez, nunca pensé que al mirarme en tus ojos vería amor, demasiado amor para entrar en tu frágil cuerpo. Y todo entero era para mi.
Y ahora se acabó. Tus ojos no pueden mirarme porque el tiempo no se lo permite, tu amor se fue con tus últimos suspiros; y yo no estaba ahí. Estaba perdida entre los ingeniosos matorrales que me confundían con sus ideas de querer ser más que una planta, estaba cerca de la locura y lejos de la razón. Te veía, sí, en mis sueños siempre te veía. Tan radiante, tan fresca, tan hermosa como aquella tarde de septiembre. Nunca pensé que dejar de existir fuera tan simple como verte caer en ese abismo de lánguidas manos blancas.
Te amo, quiero que lo sepas. Te extraño, eso sí lo sabes.





Rubidia C.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Los fantasmas del tren de Ayacucho.

Tres fantasmas que cosen valijas al borde de un tren, intentan ver lo que es el amor por una rendija. Se tapan la cara cuándo ven pasar algún amor desvencijado, y tratan de acercar la boca a las gotas que caen de la dulzura desmesurada. Se ríen al contemplar a los enamorados pasar engatusados en los ojos del otro, se burlan del amor a diestra y siniestra, soñando secretamente subirse al tren para descubrir que mundos recorre, que experiencias brinda.

Toda la vida han cosido las valijas de los viajantes. Cosen con gusto y sorna las valijas de los que bajan del tren entristecidos porque no los llevo a destino con la persona que subieron; y cosen con resignación la de las personas, que felices, suben al tren sintiendo el mundo como una maravilla natural. A veces se cansan de su condición de fantasmas modistos, pero recuerdan cada vez que han visto a un pasajero descender llorando por las desdichas que sufre un corazón roto, y no se acomplejan tanto al no poder sentir dolor o dicha alguna.

El tren arranca todas las noches a las nueve, y llega todas las mañanas a las once. Desde lejos se siente el piso vibrando por la excitación de la llegada de los enamorados y de los no tanto. Y a la noche el aire se corta con cuchillo por la emoción que emanan las almas nuevas por el viaje.

Algunos lo recuerdan como el viaje más hermoso del mundo. Los fantasmas del tren de Ayacucho, los escuchan como un pianista a su obra, añorando otras épocas, pero recordándolas con recato, ya que desde siempre, el amor es un tren hermoso, pero no es tan hermoso el regresar en solitario.


R. Cadmio

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Todo vuelve a empezar.

Una moneda pesada cayendo al piso.
Galletas surtidas resbalando por la mesa.
Tú miras, yo te esquivo pensando en otra cosa.
Tú suspiras, yo sonrío porque sabía que lo harías.
Te ríes por mi risa,
Y todo vuelve a empezar.

Hablamos, temas vanos,
Sin pensar en que dirán.
Te grito por un desacuerdo.
Te acuerdas de la discusión,
Y todo vuelve a empezar.

Enojada, no me abrazas ni me miras.
Arrepentida, trato de buscar tus ojos.
Miras al piso tratando de no pensar, lo sé.
Te miro tratándome de disculpar, lo sabes.
Hermosa te ves mirando al horizonte.
Absurda paresco al mirarte embelesada.
Te aburres de tu enojo y me das un beso.
Me sorprendo y caigo entre tus labios.
Me abstengo de decirte que te quiero.
Porque sé que no sos amiga de esas palabras.
Te vuelvo a mirar y me doy cuenta,
Que nunca habrá otra estrella con tu luz.
Que en todo el mundo no existen tales ojos.
Que cada vez que quiera te puedo abrazar
Y todo vuelve a empezar.


R. Cadmia